Levantamiento campesino en Ranquil, Lonquimay
70
años de olvido
"Y yo he venido a buscar la espantosa verdad de 1934, entre otras
cosas, para que los chilenos sepamos de una vez por todas quienes somos
los chilenos, que hicimos y que es lo que se nos oculta de nuestra propia
historia. Porque los acontecimientos de 1934 jamás entraron en
la historia oficial". Patricio Manns, "El Memorial de la Noche".
Por Renato REYES / Azkintuwe
El invierno en la cordillera de Lonquimay
es siempre terrible, pero en aquel invierno de 1934 lo fue mucho más y la gelidez de la
montaña parece que también terminó congelando la
memoria histórica de un episodio que unió, tal vez por única
vez, a mapuche-pewenche y campesinos chilenos pobres. Se trata de la
más olvidada y no por ello la menos terrible de las matanzas gestadas
desde el Estado chileno contra aquellos que se oponen a los designios
del poder.
Desde mediados de junio de aquel año, hasta bien entrado el mes
siguiente, el Alto Bío Bío se tiñó de sangre
mapuche y chilena, luego de que casi un millar de habitantes de esa zona
se alzaran en armas contra el gobierno de Arturo Alessandri y pusieran
en jaque la "seguridad" de los colonos extranjeros que se habían
apropiado, con la venia del Estado chileno, de los ancestrales territorios
pewenche de la alta cordillera. La represión no se hizo esperar
y Carabineros de Chile hizo su entrada triunfal en los avatares represivos,
sofocando el alzamiento, para luego asesinar cobardemente a casi 500
prisioneros que se habían rendido al verse derrotados.
El despojo de tierras mapuche iniciado en
la segunda mitad del siglo XIX con la "Pacificación de La Araucanía", tiene
su momento cúlmine en las tres primeras décadas del siglo
siguiente, cuando el Ministerio de Tierras y Colonización, creado
por el Estado chileno, terminó su labor de "redistribución" de
las tierras usurpadas en el Gulumapu, generando toda una masa de mapuche
empobrecidos que, en territorio pewenche, eran arrinconados cada vez
más arriba en la cordillera. A ellos se unía un cada vez
más creciente número de colonos chilenos pobres que terminaron
habitando el mismo espacio de los pewenche y sobre todo compartiendo
las mismas miserias de éstos. Ello llevó a que los colonos
chilenos, agrupados en el Sindicato Agrícola de Lonquimay, solicitaran
al gobierno la entrega legal de un predio en la localidad de Nitrito,
que habitaban varios chilenos y pewenche desde hacía más
de una generación.
La Sociedad Puelma Tupper reclamó para sí la propiedad
de las tierras y exigió una orden judicial de desalojo, basada
en la prerrogativa jurídica de que quienes habitaban el lugar
no tenían títulos de propiedad. Ante ello, los habitantes
del lugar propusieron al Estado que comprase las tierras al reclamante
y ellos a su vez pagarían al primero, en un plazo prudente, el
valor de éstas. Sin embargo, mientras se realizaban las negociaciones,
Carabineros comenzó a hostigar a los campesinos, utilizando contra
los hijueleros todos los abusos y formas de atemorizamiento posibles.
Cuando las tierras estaban recién cultivadas y comenzaba el duro
invierno cordillerano, llegó la fuerza represiva a desalojarlos,
destruyendo cercos e incendiando los ranchos, expulsándolos sin
misericordia y conduciéndolos hasta terrenos estériles,
más arriba de la misma cordillera, sin alimentos ni habitación.
En Nitrito, Ranquil, Quilleime, Lolco y
Trubul, los campesinos se unieron en defensa de los expulsados, recibiendo
el apoyo de los mapuche de la
reducción Maripe, cuyo lonko Ignacio Maripe, quince años
antes había perdido sus tierras en el mismo Fundo Ralko. Según
se consigna en documentos de la época, este lonko pewenche fue
salvajemente torturado en vida, sacándosele los ojos, cortándosele
la lengua y las orejas hasta dejarlo exánime. Tal como se consiga
en documentos, relatos y sobre todo en la prensa chilena de la época,
el principal líder del alzamiento fue el profesor de castellano
José Segundo Leiva Tapia, que habiendo estudiado en Santiago regresó a
la zona para dedicarse a la "agitación social" e imbuirse
de la cultura mapuche.
Por lo mismo, parte de los alzados correspondían a campesinos
mapuche-pewenche, hecho que queda consignado en una información
aparecida el domingo 1º de julio en el diario La Nación y
que daba cuenta de la activa presencia mapuche, con el sugestivo titular
de: "Alrededor de cien indios combaten en las filas sediciosas".
De igual forma, el listado final de detenidos, publicado el 20 de julio
en la prensa nacional consigna la presencia de al menos una decena de
mapuche que fueron pasados posteriormente a los racistas tribunales de
justicia chilenos.
Más de medio millar de asesinados
Avanzado ya el invierno, en junio de 1934,
la desesperación,
el hambre, el frío y el odio, dieron paso a la revuelta. Varios
miles de campesinos y mapuche, armados de viejos fusiles y escopetas,
asaltaron las pulperías y bodegas de los latifundios cercanos,
y asumieron posiciones de enfrentamiento. El 29 de junio, el diario La
Nación titulaba "Armados Avanzan sobre Lonquimay" y
el decano patronal de la prensa nacional, El Mercurio, titulaba cuatro
días más tarde: "Se acentúa la gravedad de
los sucesos del sur", en clara alusión al avance de los campesinos
alzados en armas por su dignidad.
El historiador Ricardo Donoso, desde su
particular visión política,
dice de ello en su libro ‘Alessandri, Agitador y Demoledor’: "Un
grupo de inquilinos del Fundo Ranquil, levantados en armas, abandonaron
sus tierras y en una semana se desparramaron en una extensión
de 150 kilómetros, pasando a cuchillo a pulperos, mayordomos y
propietarios que intentaron oponérseles". El gobierno movilizó para
sofocar la rebelión a tropas policiales desde Temuko, Victoria,
Mulchén y Santa Bárbara, con el apoyo de aviones de la
Fuerza Aérea.
En piquetes de 20 carabineros, las fuerzas
represivas se internaron en la zona, en una primera etapa de poca eficacia,
pero que más
tarde con el apoyo de 100 policías venidos desde Santiago al mando
del propio Director General de Carabineros, Humberto Arriagada Valdivieso,
endurecieron su accionar represivo, cometiendo toda clase de abusos.
En una maniobra de arrinconamiento de los rebeldes, que desde el lado
sur eran atacados por las tropas al mando del Comandante Délano
Soruco y por el norte, desde Mulchén, bajo el mando del propio
Arriagada, enfrentaron acciones sumarias y muchos fueron pasados por
las armas a pesar de haberse rendido ante las fuerzas militares.
A principios de julio, un grupo rebelde
seguía manteniéndose
fuerte en los cerros de Llanquen. Los que sobrevivieron a los fusilamientos
indiscriminados fueron apresados o huyeron hacia la cordillera, abandonando
a sus familias. Las mujeres que se quedaron en los improvisados campamentos
fueron violadas y erradicadas para siempre con sus hijos de la zona.
El gobierno los acusó de "bandoleros y subversivos",
justificando de ese modo la brutal represión desatada contra ellos.
Según el Senador Pradenas, -parlamentario por Temuko en aquella época-
resultaron detenidos 500 personas, de las cuales sólo 23 llegaron
a la capital de la provincia de Cautín, ciudad en la que se inició el
proceso judicial. Sobre el destino de las personas detenidas que no llegaron
al juicio, no existe una versión oficial y se les da por muertos,
que se vienen a sumar a los que cayeron durante los enfrentamientos registrados
en la montaña.
Muchos de los que sobrevivieron, chilenos
y mapuche, tras duras jornadas escapando por la cordillera, terminaron
dispersos en estancias o en los
huertos de Neuken y Río Negro donde rehicieron sus vidas, luego
de cruzar hacia el Puelmapu tras padecer indescriptibles fatigas y penalidades.
Al final, tal como ocurrió muchas veces en la agitada vida política
del Chile de los años ’20 y ’30, el olvido y las infaltables
leyes de amnistía terminaron por echarle tierra a la masacre,
olvidándose de ello una sociedad entera... tal como antes, tal
como después...
* Reportaje publicado en el Periódico Mapuche Azkintuwe, Julio
de 2004. Pág. 7.
Subir
|