Mapuche, nazis actuales, evangelizadores
y especulación con la
tierra en Chubut
Los cruzados del negocio inmobiliario
Por Sebastián
Hacher - 23-06-2004
Dicen que la historia es lo que tenemos frente
a los ojos, pero a veces parece un ovillo de lana que ni las manos mas
habilidosas
son capaces
de desenredar. Otras, es como una oveja que subió al monte y quedó atrapada
entre los coihues gigantes, los cipreses y las pamas ocultas de la cordillera.
Sabiendo eso, para conocer la historia de Lago Puelo se pueden hacer
dos cosas; quedarse toda una tarde mirando como teje Doña Tola,
o acompañar a Don Fernando a buscar los animales que se escaparon
hace algunos días para el lado de la cordillera.
Pero si se quiere conocer una versión diferente a la que cuentan
los ríos y las montañas, se puede recurrir a los libros.
Y en Lago Puelo en particular, existe uno -auspiciado por la Municipalidad
y repartido en las escuelas- que narra la historia oficial de la zona.
Bajo el título "Lago Puelo, un rincón de la Patria",
escrito por un funcionario municipal, el Dr. Traverso, y publicado por
una editorial donde abundan los textos nacionalistas, los alumnos que
lo reciben en forma gratuita aprenden allí que los nazis que se
refugiaron en la zona son “individuos de gran valor intelectual,
que aportaron su cuota de capacidad e inteligencia en aras del progreso
de Puelo“. Según el mismo libro, los Mapuche serían,
en cambio, “pioneros de la penetración chilena“, o
simplemente “piedras que se le atravezaron (a Roca) en su camino
del Desierto“.
En un marco en el que pueblos originarios defienden su derecho a
la tierra, y con intereses inmobiliarios que no dudan en matar por
dinero,
presentamos
esta historia que -gracias a algunos de sus protagonistas- podría
ser la base del guión de una película de terror.
Nadie
sospecha que bajo el manto de la noche se esconde la muerte. Durante
el día todo es fiesta: desde temprano llegan los vecinos,
algunos para ayudar a carnear un animal tan grande como para saciar
todos los
apetitos. La anfitriona es Corina Hermosilla que, a pesar de ser una
mujer anciana, montó su yegua para arriar las vacas y las ovejas
que serán marcadas durante el día.
La marcación es un rito pagano; una ceremonia popular que significa
mucho más que llevar al contabilidad del propio ganado.
Doña Corina era una mujer fuerte, alegre; la madrina de todos.
Así la recuerda cada persona que la conoció. Días
antes de la marcación se había peleado con su vecino, el
Dr. Fatorini, médico de profesión y político de
oficio, que avanzaba sobre su campo con la voracidad de un virus, y retrocedía
con la misma velocidad frente a Corina y su motosierra. Poste de alambrado
que se plantaba, poste que se cortaba.
El asesinato sucedió cuando los últimos candiles ya no
tenían combustible. Ella estaba sentada, y así la encontraron
al día siguiente; con treinta y tres puñaladas que le cerraron
los ojos y derramaron la sangre sobre la tierra. Dicen que la lloraron
los montes, las pampas y hasta los rios. Corría el último
mes de 1993 en Lago Puelo, provincia de Chubut, Patagonía Argentina.
Todavía no se hizo justicia.
-Ahora me van a matar a mi.
Don Alfredo Cardenas
temblaba. Nunca volvería a ser el mismo
despúes del asesinato de su esposa. El miedo y la tristeza abrieron
un abismo delante de sus ojos; sabía que detrás de la mano
asesina estaba el interés por la tierra, y cargó con ese
pesar hasta el final de su vida, a los 91 años.
Se dejó estar. Quería seguir pelando, pero las fuerzas
lo abandonaban. Allí estaban un puñado de sus hermanos,
tratando de ayudarlo, pero era poco lo que se podía hacer contra
algo tan macabro. Y para colmo sin justicia; el juez que investigó el
caso fue Collabelli, el mismo que una década después fue
depuesto junto a su doctrina construída bajo la razón del
latifundio.
Don Alfredo murió cuatro años después que su esposa.
Dicen que se ahogó en el rio, pero nadie lo creyó, y en
los bordes de la cordillera todavía se sigue especulando que se
trató de un nuevo asesinato. Por la muerte de Doña Corina
estuvo preso durante un año un empleado del Dr. Fatorini, de apellido
Villar, del que hoy no se conoce paradero. La muerte de Don Alfredo,
supuestamente cayendo desde una pasarela con una gran baranda, no motivó ninguna
investigación. La causa fue archivada antes de abrirse, y hoy
descansa en los archivos negros del poder judicial de la región.
A un mes de muerto Don Alfredo, y en una
sesión especial de verano,
la Municipalidad de Lago Puelo declaró, con la ordenanza nro.
1/96, que el predio que él y su familia ocuparan en vida, estaba
libre de ocupantes. Luego lo nombraron “paseo ecológico“,
y propusieron montar allí un camping municipal.
Todavía hoy los fantasmas parecen rondarlo
todo. Incluso la mirada de Don Fernando, que vive allí desde hace
73 años ininterrumpidos.
Ocho años atrás, mientras se publicaba la declaración
municipal, algunos diarios de la zona acompañaron la noticia con
una foto que reflejaba su mirada de aquel entonces; casi la misma que
me interpela ahora. Libre de ocupantes, decía la Municipalidad,
y allí estaba él, con el rostro surcado por el viento,
la nieve y el sol de setenta veranos. Libre de ocupantes, repite ahora
Don Fernando Cardenas, cuando con el machete me abre paso para que sigamos
subiendo a la cordillera con la esperanza de encontrar alguna de las
ovejas perdidas.
El anciano camina despacio y seguro, subiendo al monte que lo vio nacer
y crecer; de a ratos sus pies parecen latir sobre el suelo tapizado
de hojas amarillas, rojas y marrones. Cuando llegamos a un desfiladero,
luego de dos horas de marcha, me invita a sentarme en el tronco de
un
arbol caído. Desde ese lugar, secreto y privilegiado, se puede
ver casi todo el campo adivinado entre los boquetes que deja la niebla
del otoño; el territorio de los Cardenas comienza en el Río
Azul, serpenteante de vitalidad, y termina en el glaciar de la cumbre.
Así lo cuenta Don Fernando.
-Hace cinco generaciones estamos acá, y luego seguirán
mis tataranietos, porque aprendimos que somos Mapuche, y tenemos derecho
a vivir en la tierra donde nacimos.
La esperanza, si se mira por los resquicios
que deja la niebla, nunca se pierde.
-La tierra es para el que la trabaja.
Yo siempre
supe eso y le busqué el
costado positivo a las cosas. Por eso tengo una vida larga.
Así habla Don Humberto Cardenas, con sus 87 años en la
sonrisa. Humberto es también conocido como El Lonko Alegre del
Otro Lado del Rio, apodo que él mismo se puso como sintesis de
su vida. Nombre nuevo que le sienta bien, sobre todo cuando sube a caballo
derecho para la cordillera, o cuando un vaso de vino le arracanca recuerdos
del pasado, alegrías y tristezas que cuenta con una picardía
tan sana como su cuerpo. O cuando le hace brotar al acordeón una
melodía de esas que “fueron sacando los paisanos solitos
acá en el campo“, y que él repite ahora para animar
un poco la sobremesa.
-La tierra es para el que la trabaja -repite-
y fuera de eso no tendría
que haber problema, pero la justicia está siempre del lado del
rico.
Por un instante, su mirada se apaga como
una luciérnaga que anuncia
el fin de la noche.
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El caso de la Comunidad Motoco Cadenas tiene una particularidad; la familia
fue la primera en afincarse donde luego se formaron Lago Puelo y El Bolsón.
Si bien los Mapuche solían transitar por la zona desde mucho antes,
los historiadores coinciden en que los Cardenas fueron los primeros en
llegar. El pionero se llamó como hoy la comunidad que formaron
sus nietos y bisnietos: Pedro “Motoco“ Cardenas. El fue el
abuelo de Alfredo, Fernando, Humberto y otros quince hermanos y hermanas.
El 15 de Diciembre de 1884 está señalado como el día
de su llegada.
Hoy, ciento veinte años después, hay ríos, cerros
y hasta comercios que llevan su nombre. Con variaciones, hasta las historias
mas amañadas del pueblo lo reconocen como el “primer cristiano
que habitó estos valles“. El relato oral dice que Motoco
nació en Río Bueno, hoy territorio de Chile, y que en 1872
resultó cautivo durante un malón del lonko Ñancucheo,
que decidió incorporarlo a su tribu y ponerlo a cargo de su caballada.
Y-siempre según ese recuerdo oral- fue en uno de esos caballos
donde escapó, llevando en las ancas a Juana Santander, hija de Ñancucheo
y eterno amor suyo.
Para encontrar el valle donde hoy están Lago Puelo y El Bolsón
-que él llamó Valle Nuevo- Motoco fue guiado por Purayen
y Cayún, dos indigenas que solían arrear ganado de uno
a otro lado de la Cordillera. Arreo que él mismo repitió en
esos años: en la zona, los límites con Chile recién
estuvieron claros en 1902, luego de que un laudo arbitral de la corona
británica determinara que se trataba de territorio argentino.
Es que antes y después de la llegada de Motoco, y antes también
de la “Campaña al Desierto“, uno y otro lado de la
cordillera eran territorio Mapuche, tierra de codicia para el conquistador.
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Los bosques virgenes, con manantiales de agua que fluyen desde la cordillera,
con una fauna y flora silvestre, casi inexplorada, cuidada durante décadas
por pobladores originarios, son presas codiciadas de los intereses inmobiliarios.
En la zona de Lago Puelo y El Bolsón se escuchan ofertas de hasta
U$S 22.000 la hectárea, y son cada vez mas comunes los gringos
de sombrero texano y traductor que andan haciendo ofertas en la zona.
Quizás eso explique muchas cosas, incluyendo que el caso de los
Cardenas esté trabado por la burocracia estatal y los intereses
políticos-inmobiliarios de los concejales municipales. El 8 de
Mayo del 2004, el Concejo Deliberante de Lago Puelo votó en contra
de derogar las ordenanzas que declaran libre de ocupantes el hogar de
la comunidad. Lo hicieron frente a Humberto y Fernando, que llegaron
acompañados por las cuatro generaciones de la familia que actualmente
vive y trabaja allí.
Entre los argumentos para desestimar el
pedido, los ediles esgrimieron que como la personería jurídica de la Comunidad Mapuche
Motoco Cardenas está en trámite, no podían resolver
la situación hasta que estuviese aprobada. El predio, mientras
tanto, sigue legalmente libre de ocupantes, y las familias que allí habitan
se debaten entre la angustía de una situación indefinida
y las presiones que constantemente reciben por parte de los interesados
en alzarse con la propiedad.
Entre los que votaron en contra de la derogación de las ordenanzas
estuvo la concejal de la UCR (Unión Cívica Radical), Mercedes
Huenchupan, que además es werken (vocera) de la comunidad Mapuche
Huenguelen Puelo. La concejal había sido previamente cuestionada
por la comunidad de los Cardenas, ya que “pretende ejercer en forma
monopólica la representación aborigen en Lago Puelo“.
Algo que -en principio- se debe a querer mantener el manejo discresional
que tienen los punteros políticos tradicionales sobre la ayuda
social. También está señalada por varias comunidades
de la zona de hacer loby en el INAI (Instituo Nacional de Asuntos Indígenas),
para trabar la personería pedida por los Cardenas.
De no lograr ese reconocimiento legal, evaluan
los Mapuche, como mucho podrán conseguir títulos individuales, y quedar “expuestos
a las presiones y especulaciones inmobiliarias“. Para muchos, el
voto negativo en realidad respondía a la línea del Doctor
Julio Traverso y Gamboa, el hombre clave de los negocios inmobiliarios
en la zona y abogado de la comunidad que preside la concejal Huenchupan.
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El Dr. Julio Traverso y Gamboa milita en las filas del PACH (Movimiento
de Acción Chubutense) y desde hace 30 años es el asesor
legal municipal. En su libro reconoce ser quien “dictaminó en
la gran mayoría, sino en todos, los expedientes referidos a la
ocupación de las tierras fiscales..." (pag 14). También
fue el yerno de Guillermo Russell, un agente de la Gestapo en Francia,
condenado a muerte en aquel país por colaborar con la ocupación
nazi y refugiado, según sus propias palabras, "en el fondo
de la Argentina“, donde terminó sus días y su obra.
Del agente nazi Guillermo Russell, Traverso
heredó -además
de todas sus propiedades- parte de su ideología. Y no se trata
simplemente de festejar -como confirmaron algunas fuentes y se comenta
popularmente en Lago Puelo- el cumpleaños de Hitler cada 20 de
Abril, tertulia idéntica a la que practican grupos neonazis de
todo el mundo. El problema es más bien práctico y hasta
económico.
La primer parte del libro de Traverso está casi enteramente dedicada
a glorificar la conquista del desierto, y a presentar al pueblo Mapuche
como invasor de la patagonia, haciéndose eco de las mismas teorías
historiográficas que justificaron el genocidio. El autor comienza
por señalar que los Mapuche son “pioneros de la penetración
chilena“ o, literalmente, “piedras que se le atravesaron
(a Roca) en su camino del Desierto“. En su particular visión
de la historia, señala que los pacíficos y bellos aborígenes
argentinos ( que “podrían pasar por españoles“ -
pag 55) fueron exterminados por los “mapuches chilenos“,
entre los que incluye a algunos de los conocidos lonkos del “País
de las Manzanas“, que estaba dentro del actual territorio de Neuquén.
Lo extraño, sin embargo, es que estas supuestas guerras entre
pueblos originarios chilenos y argentinos, se habrían realizado
mucho antes de que Chile y Argentina existieran en esos territorios,
por lo que dificilmente alguno de los actores haya adoptado esas identidades.
Luego, siempre según Traverso, llegó Julio Argentino Roca
-principal promotor del genocidio del pueblo mapuche- que salvó a
la Patagonía de seguir en la “edad de piedra“, y a
quien debemos agradecer que Argentina haya cumplido la ley histórica
que reza que “las guerras de conquista y las invasiones de unos
pueblos sobre otros ha sido el fundamento de las Civilizaciones..“ (pag
26).
El autor concluye diciendo que en Lago Puelo
nunca existieron los pueblos originarios; estos llegaron a la zona
en 1920, mucho después de
la Conquista del Desierto, junto a varios inmigrantes chilenos. Entre
ellos estaba, según el autor, Don Francisco Cardenas, hijo del
pionero “Motoco“, cuyo primer permiso de pastaje en la zona
-contradiciendo a Traverso- es de 1914.
Claro que toda historia se construye con
un objetivo, y en Traverso está bien claro: no aplicar la legislación que -desde la
constitución nacional para abajo- reconoce los derechos de los
pueblos indigenas como prexistentes al estado argentino. El abogado historiador
concluye señalando que como los Mapuche no son originarios de
Lago Puelo sino chilenos, y como -según él- nunca vivieron
en comunidad, se los tiene que tratar como a “cualquier inmigrante“.
¿Qué implica esto? No otorgar títulos de propiedad
comunitarios, que son los únicos que evitan que la tierra pueda
ser fragmentada y vendida en forma individual, quedando presa de las
especulaciones inmobiliarias. Hacerlo sería caer en lo que Traverso
llama “indigenismo“, una práctica que no duda en calificar
de “antiargentina“.
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No se trata simplemente de un problema comercial; la ideología
y los objetivos políticos ocupan un gran lugar en la obra del
Dr. Traverso.
En el libro, además de deslizar algún héroe familiar
entre los conquistadores españoles, Traverso nos regala una visión
de los nazis refugiados en La Patagonia un tanto particular. Se trata
según él de inmigrantes que llegaron luego de la guerra
mundial para “comenzar entre nosotros una nueva vida“, entre
los que estaban “individuos de un gran valor intelectual, que aportaron
su cuota de capacidad e inteligencia en aras del progreso de Puelo“.
Entre ellos se destaca su suegro, el criminal de guerra Guillermo Gueydan
de Roussel. Llamativamente, en ningún momento del libro se menciona
su calidad de profugo de la justificia francesa, ni su colaboración
con el genocidio nazi.
Como para Traverso Lago Puelo “se halla en etapa de evangelización“ (pag.
21), el rol asignado al oficial de Hitler es aún mayor. Roussel
fue el creador de la primera iglesia, dentro de su propiedad llamada
Chacra San Jorge, además de ser un filósofo ultracatólico
muy respetado dentro de los círculos fundamentalistas. Incluso
el mismo Traverso cuenta como uno de sus amigos, Rafael Breide Obied,
realizó su tesis doctoral sobre el pensamiento de Roussel, llamándolo "maestro
tradicionalista".
Rafael Breide Obieb no es ajeno a esta historia:
es el director de la Editorial Gladius, que junto con la Municipalidad
de Lago Puelo editó el
libro de Traverso. Como dato de color, Gladius viene de "gladius
hispaniensis“, la espada que simbolizó el esplendor del
imperio español, considerada por sus amantes como “el arma
que hasta la introducción de la pólvora ha matado a más
personas en la Historia“. En esta ocasión, como logo de
la editorial, la espada acompaña al escudo municipal en la primera
página del libro. La editorial, donde también solía
publicar Roussel, es un emprendimiento de la Fundación Gladius,
de la que también forman parte Antonio Caponnetto, el director
de la nazi-fascista revista Cabildo, y otros de similar ideología,
como el Padre Alfredo Saenz, habitué de una hermandad llamada “Prioratus
Argentum, de la Orden Soberana y Militar del Temple de Jerusalén“.
Juntos -Breide Obied, el Padre Saenz, Caponnetto
y otros- intentaron hace un tiempo un emprendimiento editorial internacional
a través
de la revista Maritornes. El experimiento era en realidad un derivado
de la sucursal argentina de la “Hermandad Monárquica Nacional
del Maestrazgo de España“, aquí llamada “Hermandad
Tradicionalista Carlos VII“, cuya misión fundamental es
la de defender la Tradición en contra de "las logias masónicas
que inspira el judaísmo revolucionario" y...restaurar la
monarquía en Argentina, “la América española“ en
sus palabras.
Pero también hay personajes más paganos, como por ejemplo
Gustavo Breide Obied -el hermano del presidente de Gladius-, un ex militar
carapintada y actualmente dirigente el Partido Popular de la Reconstrucción,
el partido de Seineldín. El carapintada es también un gran
admirador de Roussel, a quién suele citar en sus dircursos y presentaciones.
Y quizás, a instancias de él hayan conseguido trabajo en
la Municipalidad de Lago Puelo tanto Emilio Morello, ex capitán
del Ejército y ex diputado del MODIN de Rico, como Santiago Cúneo,
empresario menemista y ex asesor del bloque del mismo partido.
Ambos fueron en su momento investigados por un escándalo de contrabando
y adulteración de naftas. Morello también estuvo involucrado
en la causa por el atentado a la AMIA, sospechado por el tráfico
de armas.
Pero ahora ninguno de los dos tiene de que
preocuparse: llegaron a Lago Puelo, cuyo principal historiador, el
Dr. Julio Traverso, señala
que es "un verdadero refugio de Paz, para todos los seres humanos
que vinieron a afincarse aquí, cualquiera sea su raza, su origen
la causa de su venida".
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El bosque se llena con los gritos. El sol se insinúa contra los
cerros, pintando con tonos rojizos las nubes que anuncian una nueva lluvia.
La historia, atrapada en la copa del arbol más alto, sacude su
modorra con cada palabra que llega hasta sus oídos de viento.
Se habla la lengua de la tierra; las familias de la Comunidad Motoco
Cardenas están haciendo un Nguillatum, una rogativa tradicional
Mapuche que desde hace mucho no se escuchaba aquí.
Camino hasta el río para encontrarme en forma completa con el
amanecer; es un espectáculo imponente, indescriptible, emocionante.
Y sin embargo me siento extrañamente inquieto; acabo de enterarme
de la historia de la abuela Lucinda Quintupuray.
La abuela vivió desde principios de siglo en Cuesta del Ternero,
a 25 km de El Bolson, y era conocida en la zona -además de por
sus ricos quesos- como una anciana que hacía todos los trabajos
del campo sola. En enero de 1993, a los 80 años y poco tiempo
después de desmentir que quería vender su tierra, apareció muerta
de tres balazos. Dos meses después, su único hijo Victorino
Quintupuray, recibía una notificación intimándolo
a “abstenerse de continuar con la ocupación“ del campo
donde había vivido y muerto su madre. El 14 de Octubre de 1994
Victorino también murió en circunstancias extrañas;
su cuerpo fue encontrado en el arroyo, luego de ser arrastrado por el
agua unos tres kilómetros. Nunca se supo de culpables.
La comunidad que fundaron sus familiares
fue reconocida recién
10 años después, pero la tierra no está en sus manos.
Desde que Lucinda y su hijo murieron, la tierra es ocupada por Ricardo
Flandes, señalado por los Mapuche como “uno de los sospechosos
del crimen y uno de los mayores interesados en quedarse con el campo“.
La historia es por demás parecida a la de los Cardenas.
Con esos recuerdos dando vueltas en mi cabeza,
sigo caminando hasta atravesar una pampa de un verde providencial.
El sol todavía no
termina de salir y ya se esconde entre las nubes que retoman el color
que tendrán todo el día. Comienza a llover. El mundo se
refleja a sí mismo en un charco de agua clara, y los pájaros
hacen un silencio sepulcral. Recuerdo entonces lo que me explicaron tantas
veces en la cordillera. Los cerros también saben llorar.
ver fotos
Sebastian Hacher
Lago Puelo y Buenos Aires
Junio del 2004
sebastian@riseup.net
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Rebelión
http://www.rebelion.org/noticia.ph
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