Benetton vs. Mapuche: La cuestión
de la tierra
Esquel, 29 de Mayo del 2004
Dicen que aprendieron de los pájaros,
los ríos y el viento. Y por más que nosotros -extranjeros
de su lengua- no entendemos las palabras, la melodía que
endulza nuestros oídos parece darles la razón. Allí
están, al pie de la montaña, Doña Celinda y
sus compañeras, todas tan ancianas como ella, cantando con
un alma tan antigua como las piedras, los árboles o el cielo.
La ceremonia comienza cuando las últimas
estrellas se diluyen sobre la cordillera. Todo transcurre mirando
al este, esperando a un sol que está por asomarse y será
recibido con los puños en alto. Un kulltrum -pequeño
tambor Mapuche- lleva el ritmo, y el ñorkin y la pifilka
exhalan sonidos firmes pero suaves y húmedos, como latidos
del corazón del mundo.
Las mujeres cantan en Mapudungun, la lengua
de la tierra, y parece haber una continuidad, una especie de armónica
complicidad - difícil de entender y de contar- entre sus
voces, el sonido de los instrumentos, y las montañas que
nos rodean, todavía cargadas de una bruma espesa que pronto
descenderá sobre nosotros.
Ellas son Mapuche; la gente de la tierra.
Y Mapuche, la palabra que los nombra como pueblo, significa no que
son dueños, sino parte de la tierra que pisan. En su cosmovisión,
la lengua en la que cantan, la naturaleza que los rodea, y hasta
su propia existencia son diferentes manifestaciones de una misma
realidad.
Durante el juicio de Benetton contra el matrimonio
Mapuche Curiñanco-Nahuelquir, la primera fila de la platea
estuvo ocupada por esas mismas ancianas que un día antes
escuchamos cantar al amanecer. Para ellas, no se trataba simplemente
de un juicio contra dos de sus hermanos, sino de ser testigos de
como un juzgado decide si una rama es parte del árbol, o
si la nieve tiene permiso de posarse sobre la cumbre de las montañas
y reflejar los rayos del sol.
- El pedacito de mundo en disputa
Benetton, actualmente el principal terrateniente
del país, es dueño de una provincia de alambre. Son
900.000 hectáreas, 630.000 en la provincia de Chubut, abarcando
llanuras, horizontes, montañas y ríos. El predio en
disputa, llamado Santa Rosa, mide poco más de 500 hectáreas,
está sobre la vera de la ruta nacional 40 y frente a la estancia
Leleque, una de las principales estancias del grupo italiano en
la Argentina.
Hasta allí llegaron en el 2002 Atilio
Curiñanco y Rosa Nahuelquir, con el objetivo de montar un
emprendimiento familiar que les permitiese volver a la tierra. Cultivaron
frutillas, hortalizas, construyeron una pequeña casa y hasta
un canal de riego, utilizando como única capital la indemnización
que Rosa había cobrado al ser despedida de una empresa textil
en quiebra.
Para varios pobladores de la zona, incluyendo
al propio Atilio Curiñanco, se trataba de un predio que estuvo
desde siempre abandonado, salvo cuando fue habitado por una familia
Mapuche de apellido Tureo.
El testigo Courtenay, antiguo empleado de
la CTSA, explicó que esa zona siempre fue conocida como reserva,
y que la única utilización que tuvo alguna vez fue
la de alojar a los caballos llamados "marca pobre", de
los peones que se acercaban a la estancia para buscar trabajo. Algo
similar dijo Don Nahuelquir, trabajador de la compañía
durante los últimos 30 años, y testigo central de
sus empleadores.
Santa Rosa no fue siempre como ahora, un
triángulo de poco más de 500 hectáreas al pie
de la cordillera. Antes de los años 70, en su borde no existía
la ruta, y a su alrededor había sólo colonizadores
vecinos a la CTSA.
La llegada del asfalto fue la que modificó
todos los límites; ese y varios de los campos vecinos que
la rodean, perdieron un pedazo de terreno en manos de La Compañía.
Algunos de los propietarios, también
terratenientes, hicieron juicios y hoy tienen una cuña de
campo que atraviesa el asfalto y se interna en los campos de Benetton.
Pero claro, la recuperación no cuenta a los pobladores más
humildes, como Pichón Llancaqueo; ellos no pueden pagar abogados
y agrimensores, y entonces se resignan a que la Compañía
les saque un pedazo del terreno donde nacieron sus abuelos.
Esos alambrados movidos por el asfalto encierran
algunas cientos de hectáreas, pero convierten a los límites
entre vecinos en un polígono irregular, una confesión
gráfica caracterizada en el testimonio del periodista Hernán
Scandizzo como "una política sistemática de apropiación
de tierras indígenas".
En su declaración frente al tribunal,
el cronista contó como durante la investigación que
hicimos en la zona, se descubrieron otros predios que habían
sufrido el mismo destino que Santa Rosa. Nombró, entre otros,
a la Reserva Rayel, Laguna Seca y una parcela de la comunidad Vuelta
del Río, todas tierras alambradas ilegalmente por la CTSA.
Pero si la ruta transformó la geografía
del lugar, y la voracidad de la compañía se tragó
tierras Mapuche, en cambio no modificó para nada el abandono
del predio ahora en disputa. Desde que se tiene memoria, y hasta
que fuera ocupado por la familia Curiñanco en el 2002, nunca
hubo allí más que viento y silencio.
El alambrado, contó Ariel Yañez
en su declaración, estuvo siempre "caído, podrido,
oxidado".
Contradiciendo esta versión, uno de
los pocos testigos que declaró que la tierra era usada por
la CTSA fue Ronald Mac Donald, administrador de la estancia y principal
denunciante en la causa. Para él, como parte de una prueba
agronómica, antes de que los Curiñanco ocuparan el
predio, la compañía habría plantado dos pinos
dentro del terreno.
- La historia vuelve a la carga.
Martín Iturburu Monef, el abogado
de Benetton, centró su estrategia en varios elementos. El
primero, que parte del alambrado perimetral del predio era del mismo
tipo que solía construir la CTSA, y que además está
dentro de los límites de las tierras de la Compañía,
ya que "coinciden los títulos de propiedad con las mensuras
y los alambres".
También señaló que los
títulos de propiedad de la empresa, que datan de 1896, son
perfectamente legítimos, y que "es mentira que se traten
de tierras donadas por el estado" a particulares, sino que
fueron compradas por la CTSA.
En realidad, los títulos adjuntados
a la causa son fotocopias de documentos que superan el siglo de
antigüedad.
En uno de ellos se puede leer, si se tiene
la paciencia suficiente para descifrarlos, que el 13 de diciembre
de 1891, con la firma de "A. Bermejo", el estado argentino
dictó un decreto que dice: "en relación al capital
introducido en el terreno al que se ha hecho referencia, dona a
la sociedad denominada Compañía Tierras del Sud Argentino
Limitada un terreno compuesto de una superficie de 85.638 has. Esta
situado en la gobernación de Chubut.
en la confluencia
entre el Río Chubut y el Río Letatimen"
La donación de tierras a capitales
ingleses era muy común en aquella época. El estado
daba en concesión lotes de 80.000 has. que, para "no
perder los accidentes geográficos", se agrandaban notablemente
al momento de hacer las mensuras. Luego, "en virtud de las
mejoras introducidas", eran donadas a los concesionarios, a
cambio de la devolución de la cuarta parte de lo recibido.
Este proceso, que se profundizó con
la matanza de pueblos originarios conocida como La Campaña
al Desierto, permitió que en 1891 se unieran en una sociedad
10 de esos beneficiarios, formando la Compañía Tierras
del Sud Argentino Limitada. La empresa que un siglo después,
pagando 50 millones de dólares, compró Benetton.
- Los cuestionamientos
Para la defensa de la familia Mapuche, a
cargo de los doctores Eduardo Hualpa y Gustavo Manuel Macayo, poco
de lo que dijo el abogado patrocinante de la CTSA es cierto. En
su alegado, el Dr. Macayo partió de cuestionar la existencia
misma de La Compañía, señalando que hay "enormes
dudas de que hayan existido alguna vez " los títulos
de propiedad originales.
Según el abogado, las donaciones de
tierra que dieron vida a la CTSA fueron totalmente ilegales. En
primer lugar, porque se hicieron frente a un escribano público,
y no con el Escribano General de la Nación, como exigía
la Ley de Tierras de aquel entonces. En segundo termino porque "las
donaciones de tierras estaban limitadas a superficies de lo que
nosotros conocemos como un cuarto de legua o 625 hectáreas
como máximo, que es la ley 1501 que se llamó la ley
del hogar ".
También alegó que por más
que hubiesen sido compradas, igualmente se habría tratado
de una operación ilegal. La ley de aquel entonces decía
que "una persona o una sociedad no podía comprar una
superficie mayor a 40 mil hectáreas, y una persona tampoco
podía adquirir dos lotes...", además de que la
venta de tierras fiscales debía hacerse "en remates
públicos, con una base mínima, donde el mejor postor
era el que compraba."
La línea argumental del Dr. Macayo
apuntó a que esta situación indefinida se mantiene
en la actualidad. La CTSA, dijo, "no está registrada
en el Chubut, no tiene ni siquiera registrada la Inspección
de Personas Jurídicas o en el registro público de
comercio, (a pesar de) que realiza permanentes y continuos actos
de comercio aquí en el Chubut". También, que
"la nacionalización de la sociedad en 1982, además
de constituir domicilio en el país tiene que justificar la
constitución de un directorio en el cual el 60 % de sus miembros
sean argentinos", ya que "la continuidad de ese directorio
en 1982 esta dibujado".
- La tierra y el viento
Hay una broma triste que suelen hacer los
pobladores en la zona de la Estancia Leleque. Dicen que el viento
patagónico es tan fuerte, que a veces suele correr los alambrados,
aunque siempre para el mismo lado.
Para el Dr. Macayo, algo de eso sucedió
en este caso. En su intervención señaló que
los tres planos de la CTSA adjuntados a la causa, muestran como
el perímetro de la compañía fue creciendo sin
razón lógica a lo largo del tiempo. Y agregó
el ejemplo de un mapa más antiguo, publicado por el propio
Benetton en un libro sobre la Patagonia, donde la superficie de
las estancias eran todavía mucho más chicas.
En ese terreno -literalmente movedizo- se
centró otro de los puntos que atravesaron todo el debate:
si las tierras de la CTSA están mensuradas o no.
Para la empresa, las mensuras presentadas
-que datan de 1892- son suficiente documentación. Sus representantes
declararon que sólo tendrían la obligación
de volver a mensurar si decidían vender las tierras, y que
hasta entonces el centenario documento era suficiente para demostrar
cuales son las fronteras de la CTSA.
Para Gustavo Macayo, en cambio, los certificados
de registro de propiedad demuestran que esto no es verdad. Allí
figura una leyenda que dice: "Propiedad: corresponde a la compañía
Tierras del Sur Argentina, observaciones: sujeto a la obligación
de mensurar". Siempre según el Dr. Macayo, esto se refiere
"a la mensura sobre el alambre, la mensura perimetral que no
tienen ni la Estancia Leleque, ni la estancia Lepa (
) ni ninguna
de las estancias de la CTSA".
¿Que significa esto? La mensura perimetral,
explica Macayo, es "certificar que lo que está adentro
del alambre es igual que lo que está en el título".
De no hacerse, "además de no poder venderlo, puede causar
perjuicios a terceros". Igualmente, su visión es que
es difícil que ese trabajo se haga alguna vez, "porque
no hay un sólo organismo aquí en la provincia que
le exija a la CTSA".
Resumiendo: para la defensa de la familia
Mapuche, el nudo del problema no es sólo que el predio conocido
como Santa Rosa estaba abandonado, con los alambrados caídos
y fuera del perímetro de la CTSA. También cuestiona
la legitimidad misma de la CTSA, quizás el ejemplo más
crudo de como se ha constituido el latifundio en nuestro país.
- Esperando la sentencia
Queda en el tintero analizar la responsabilidad
y el rol del estado, tema que por extenso y complejo será
tratado en otra ocasión. Porque la particularidad de este
conflicto, que al principio se quiso tratar como un problema doméstico
y penal, es la de desnudar los mecanismos de conquista y reconquista
de la Patagonia.
Ahora falta esperar al Lunes, cuando tomando
o no en cuenta estos elementos, el juez leerá su sentencia.
Lo que está por decidirse en términos legales, es
si la tierra corresponde a los Benetton, si se la deben devolver
a los Curiñanco, o si se va a un juicio civil para discutir
en profundidad las cuestiones aquí reseñadas.
Por el momento, sólo una cosa es absolutamente
segura: pase lo que pase, la nieve -esa mujer rebelde y anciana-
seguirá cayendo sobre la tierra.
Porque mientras se escriben estas palabras,
las cumbres se tiñen de blanco y reflejan, a pesar de todas
las leyes, suaves rayos de sol que se escapan de entre las nubes.
Y parece que está por empezar a llover.
Sebastián Hacher
sebastian@riseup.net
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